- Visiones de personas cuya muerte ignoraban los moribundos que las veían




VISIONES DE PERSONAS CUYA MUERTE IGNORABAN LOS MORIBUNDOS QUE LAS VEÍAN

- William Barrett –





La evidencia de las visiones de los moribundos cuando estos creen ver y reconocer algún pariente  cuya muerte desconocían, facilita quizás uno de los argumentos más sólidos a favor de la supervivencia. El mismo profesor Richet cree que es imposible explicar este fenómeno por la criptestesia. Yo he presentado algunos casos notables de estas visiones de los moribundos en mi libro En el umbral de lo invisible, y pueden encontrarse otros en los Proceedings de nuestra Sociedad.


Un caso reciente de esta índole me fue relatado por Lady Barrett, caso que se produjo cuando ésta se hallaba asistiendo a un apaciente en la Casa de Maternidad de Clapton, en la que es uno de sus cirujanos obstétricos.


Lady Barrett recibió un aviso urgente de la doctora Phillips, médico permanente de la Casa, para que fuera a asistir a una paciente, Mrs. B., que estaba de parto y sufría una grave debilidad cardiaca. Lady Barrett acudió en el acto, y el niño nació sano y salvo, aunque la madre se hallaba en el período agónico. Después de visitar a otras  pacientes, Lady Barrett volvió al departamento de Mrs. B., en donde tuvo lugar la siguiente conversación, que fue escrita poco después. Dice Lady Barrett:


“Cuando entré en su departamento Mrs. B. me tendió las manos diciendo: ‘Gracias, muchas gracias por lo que ha hecho usted por mí para que diera a luz. ¿Es niño o niña?’ luego, cogiéndome la mano fuertemente, añadió: ‘No me deje, no se vaya, por favor.’ Y a los pocos minutos, mientras el cirujano de la Casa ponía en práctica algunas medidas para reanimarla, ella se quedó mirando hacia la parte vacía de la estancia, que estaba brillantemente iluminada, y dijo: ‘¡Oh! No dejen que obscurezca. Está obscureciendo… Cada vez se pone más obscuro.’ Entonces se mandó llamar a su marido y a su madre.”


“De súbito Mrs. B. se quedó mirando con ansiedad hacia un punto de la estancia, mientras una sonrisa radiante iluminaba toda su fisonomía. ‘¡Oh, qué hermoso, qué hermoso!’ dijo. ‘¿Qué es lo que es hermoso’, pregunté yo. ‘Lo que estoy viendo’, repuso ella en voz baja e intensa. ‘¿Qué ve usted?’, veo ‘Un resplandor sublime… seres maravillosos.’ Difícil es describir la sensación de realidad que daba su intensa absorción en la visión.”


“Luego – como si concentrara un momento su atención con más intensidad en un solo punto – exclamó lanzando casi un grito d alegría: ‘¡Cómo!¡Si es padre! ¡Oh, cuánto se alegra de que vayas! ¡Cuánto se alegra! Para ser perfecto sólo bastaría que W. (su marido) pudiera venir también.”


“Entonces se le llevó el niño para que lo viera. Ella le miró con interés y luego dijo: ‘¿Creen ustedes que debo quedarme por amor al niño?’ Luego, volviéndose de nuevo hacia la visión añadió: ‘No puedo, no puedo quedarme; si ustedes pudieran ver lo que yo, sabrían que no puedo quedarme.”


“Pero se volvió a su marido, que ya había llegado y dijo: ‘No dejarás que se lleve el niño nadie que no lo quiera, ¿verdad?’ Luego le apartó suavemente diciendo: ‘Déjame ver el bello resplandor.’”


“Yo me fui poco después y la comadrona me substituyó a la cabecera. Mrs. B. vivió aún una hora y pareció conservar hasta el último momento la doble conciencia de las brillantes imágenes que veía y de las personas que la asistían a la cabecera. Por ejemplo: convino con la directora que su niño prematuro permaneciera en la Casa hasta que fuera lo bastante fuerte para poderlo criar en un hogar ordinario.”

Florencia E. Barrett.
(Firmado)


La Dra. Phillips, que se halló presente, después de leer las anteriores notas me escribe diciéndome que ‘coincide en absoluto con el relato de Lady Barrett’. La prueba más importante, sin embargo, es la facilitada por la Directora del Hospital, que ha enviado el siguiente relato:


“Yo me hallé presente poco antes de que muriera Mrs. B. en unión de su esposo y su madre. Su esposo estaba hablándola inclinado sobre ella, cuando Mrs. B. le apartó (Éste no es el incidente mencionado por Lady Barrett, sino un incidente posterior de la misma índole) diciendo: ‘¡Oh, no lo tapes! Es muy hermoso.’ Luego , volviéndose hacia mí, que me encontraba al otro lado de la cama, añadió: ¡Oh! ¿Cómo está ahí Vida?’ refiriéndose a una hermana suya de cuya muerte, ocurrida tres semanas antes, no se le había hablado. Posteriormente, la madre, que se halló presente a esto, me dijo, como ya he indicado, que Vida era el nombre de una hermana de Mrs. B., cuya enfermedad y muerte ignoraba ésta en absoluto, por cuanto ellos habían cuidado de que no supiera la noticia a causa de la gravedad del estado.

Mirian Castle (directora)
(Firmado)


Yo pedí a la Dra. Phillips que tratara de conseguir un relato independiente de la madre de Mr. B., que según manifestó la directora, se hallaba presente en aquel momento. Amablemente se me complació en esto, y he recibido la interesante e informativa carta que sigue a Mrs. Clark (la madre de Mrs. B.)

‘Highbury, N.5


“He sabido que le interesa a usted el bello tránsito del espíritu de mi querida hija, que abandonó la tierra el 12 de enero de 1924.”


“Lo que hay en él de maravilloso es la historia de la muerte de mi querida hija Vida, que había estado inválida durante algunos años. la muerte aconteció el 25 de diciembre de 1923, dos semanas y cuatro días antes de que muriera Doris, su hermana menor. Mi hija Doris, Mrs. B., se hallaba entonces muy enferma, y la directora de la Casa de Maternidad pensó que no era prudente que Mrs. B. se enterar de la muerte de su hermana. Por lo tanto, cuando íbamos a visitarla prescindíamos de nuestra pesadumbre y la visitábamos como de costumbre. Asimismo se rogó que se retuvieran sus cartas para que su marido viera de quién era antes de dejar que ella las viera. Se tomó esta precaución por temor a que alguna amiga de fuera aludiera al escribirle a su reciente desgracia, ignorando el gravísimo estado de su salud”.


“Cuando mi querida hija empezó a decaer rápidamente, dijo primeramente: ‘Todo se obscurece; no puedo ver.’ A los pocos segundos, un bello resplandor iluminó su fisonomía. Ahora sé que aquello era la luz del cielo, y causaba maravilla contemplarlo. Mi querida hija dijo: ‘¡Oh, es hermosos y brillante! Ustedes no pueden verlo como yo.’ Fijó la vista en un punto particular de la estancia y dijo: ‘Oh, Señor, perdóname cuando haya hecho mal!’ Después de esto añadió: ‘Veo a padre; me necesita; está muy solo.’ Habló a su padre diciendo: ‘Ya voy’, a la vez que se volvía a mirarme a mí, diciendo: ‘¡Oh, qué cerca está!’ Volviendo a mirar al mismo sitio, dijo con expresión un tanto intrigada: ‘Vida está con él’, y se volvió a mí repitiendo: ‘Está Vida con él! Luego añadió: ‘Tú me necesitas, papá; ya voy.’ Luego prorrumpió en algunas palabras entrecortadas o suspiros que no eran muy precisos ni claros. Con gran dificultad, y ras un penoso esfuerzo, pidió ver ‘al hombre que nos casó’. Este ruego se lo hizo a su marido, que se hallaba al otro lado de la cama. Ella no pudo decir el nombre pero se refería al Reverendo Mauricio Davis, de All Saints, Haggerston, al que se mandó llamar (Éste fue; pero cuando llegó, Mrs. B. ya no podía hablar, aunque todavía vivía). Éste conocía a mi querida hija desde hacía algunos años, y le impresionó tanto su visión, que le citó en su Boletín Parroquial del último febrero.


Suya afectísima,
Mary C. Clark.
(Firmado)



Antes  de pasar a otros casos es conveniente examinar algo en detalle el precedente. La visión percibida por la moribunda Mrs. B. no era debida evidentemente a su sentido visual normal, pues de ser así todos los presentes hubieran visto las imágenes; por lo tanto, la aparición no era producida por ningún objeto material, ni tampoco es probable que fuera debida a una ilusión, esto es, a la confusión de un objeto material realmente visible. -  como cuando se toma una bata por una mujer -, pues no sólo no había nada en la estancia que pudiera sugerir semejante ilusión, sino que Mrs. B. reconoció a su padre y a su hermana. Una explicación más probable es la de que fuera un alucinación que podría describirse como “una percepción sensorial que no tiene contrapartida alguna en el campo de visión”. La cuestión se convierte, pues, en si fue simplemente una alucinación ilusoria, que es aquella que no corresponde con nada, o una alucinación verídica, que es la que corresponde con un acontecimiento real, que era invisible a la vista normal. No debe confundirse esto con una ilusión, nombre que se aplica a los casos en que no existe una realidad correspondiente.


 Se han dado muchos casos conocidos de ilusiones visuales vividas que acompañan a veces al despertar de un sueño, como cuando una imagen soñada persiste durante breve rato o cuando ciertas personas en vívidamente rostros en la oscuridad; estas ilusiones se llaman hipnagógicas. Las impresiones exteriorizadas de este género son el origen frecuente de apariciones imaginarias, tales como las que creen ver las personas nerviosas cuando pasean por la noche por lugares solitarios. Muchos de mis lectores creerán que esta sencilla explicación es aplicable a la visión que acabamos de relatar, despachando toda la cuestión diciendo que se trata de una simple coincidencia. Si este caso fuera único, tal sería la explicación probable, sin embargo, se verá que no puede atribuirse a una simple coincidencia los numerosos casos que han de relatarse.


Otra explicación es la creación de la alucinación en el percipiente por una transmisión del pensamiento o influencia telepática de los que se encuentra en torno suyo. En el caso descrito, sin embargo, no e aplicable esta explicación, pues Lady Barrett y la Dra. Phillips no sabían nada acerca de la muerte del padre de la moribunda cuando ésta, mirando fijamente a un punto, dijo: “¡Cómo! ¡Si es mi padre! ¡Cuánto se alegra de que vaya!” Y su marido tampoco se hallaba presente en aquel momento. Por otra parte es posible que el lector escéptico niegue la existencia de la telepatía y rechace toda explicación basada en tal fundamento.


El siguiente caso se me ha comunicado desde Norteamérica, y de su autenticidad es garantía el prestigio de un hombre distinguido, el Dr. Minot J. Savage, con el que yo estaba relacionado. El Dr. Minot Savage fue durante muchos años valioso miembro de nuestra S.P.R. y falleció en 1920. El doctor Hyslop (1) ha relatado el siguiente caso en sus libros (Psychical Research and the Resurrection- Boston, U.S.A., 1908, p.88.) y hace notar: “El Dr. Savage me dio a conocer personalmente los hechos y me dio los nombre y direcciones de las personas en cuya autoridad se basa para contar los incidente” que el Dr. Savage narra como sigue:


(1). Como a algunos de mis lectores puede que no les sea familiar el nombre del Dr. Hyslop, haré constar que éste fue durante algunos años profesor de Ética y Lógica en la Universidad de Columbia (Nueva York). Estudió algunos años en Alemania, donde se doctoró en Filosofía, y era también doctor en leyes. Al principio fue un crítico escéptico y severo de las investigaciones psíquicas, pero después se convenció de la importancia del problema y abandonó su cátedra universitaria y todos sus emolumentos para consagrar el resto de su vida a la investigación de los fenómenos psíquicos. Desplegó un celo, una energía y una penetración considerables, y de hecho sacrificó su vida al incesante trabajo que implicaba sus deberes de tesorero, secretario honorario e investigador de la S.P.R. norteamericana. Su producción literaria fue enorme; parecía vivir, moverse y tener todo su ser en la investigación psíquica, con exclusión de casi toda otra cuestión. Pasó algún tiempo conmigo en Irlanda y dio una documentada conferencia en la Sección de Dublín recientemente fundada por la S.P.R. Murió en 1920.


“En una ciudad vecina vivían dos niñas llamadas Jennie y Edith, una de las cuales tenía unos ocho años de edad y la otra poco más. Eran condiscípulas e íntimas amigas. En junio de 1889 ambas cayeron enfermas de difteria. El miércoles a mediodía murió Jennie. Entonces los padres de Edith, así como su médico pusieron gran cuidado en ocultarle el hecho de que su amiguita se había ido para siempre. Temían el efecto que podría causarle la noticia a su propia salud. Para demostrar que consiguieron su propósito y que ella no sabía nada, puede decirse que el sábado 8 de junio a mediodía y poco antes de que dejara de tener conocimiento de cuanto pasaba en torno suyo, cogió dos fotografías suyas para enviárselas a Jennie, y dijo también a los que la asistían que la despidieran de ella.”


“Edith murió a la seis y media de la tarde del sábado 8 de junio. Se había despertado y despedido de sus amigas y se puso a hablar de la muerte sin aparentar miedo. Creyó ver a una y otra de cuantas amigas suyas habían fallecido a sabiendas de ella. Hasta aquí era lo mismo que otros casos similares. Mas de pronto, y con una expresión de suma sorpresa, se volvió a su padre y exclamó: ‘¡Anda, papá, voy a llevarme a Jennie conmigo!’ Luego añadió: ‘¡Oh, papa!¡No me habías dicho que Jennie estaba aquí!’ E inmediatamente tendió los brazos como en una acogida y exclamó: ‘¡Oh, Jennie, cuánto me alegro de que estés aquí!’”.


En relación con este caso, el Dr. Savage hace notar que es difícil explicar el incidente por ninguna teoría ordinaria de las alucinaciones. Si esta visión fuera un caso aislado, acaso pudiera explicarse por una mera coincidencia causal, pero como forma parte de un considerable grupo de casos análogos resulta increíble la explicación de que fuera una coincidencia debida al azar. mis lectores coincidirán sin duda con la observación del Dr. Savage a medida que lean los demás casos narrados en este volumen.


El siguiente caso (2) fue descrito en un trabajo de contribución a la S.P.R., escrito por Mr. Edmund Gurney y Mr. F. W. Myres (Proccedings. S.P.R., Vols V. pág. 459). Estos los conocieron por conducto del Reverendo C.J. Taylor. El narrador, que no quiere que se publique su nombre, fue el Vicario de H***:


(2) Este caso y el siguiente están copiados de las páginas 99 y 100, respectivamente, del mismo libro de que h sido copiado el anterior.


“Los días 2 y 3 de noviembre de 1870, perdí a mis dos hijos mayores, David Eduardo y Harry, que tenían tres y cuatro años de edad, respectivamente, víctimas de la escarlatina.”


“Harry murió el 2 de noviembre en Abbot’s Langley, a catorce millas de mi vicaria en Aspley, y David murió al día siguiente en este último lugar. Una hora antes de morir David se sentó en el lecho, y señalando al pie de la cama dijo distintamente: ‘Ahí está Harry llamándome.’ Estoy convencido de la veracidad de este hecho y estas palabra fueron oídas también por la enfermera.


X.Z. Vicario de H***.
(Firmado)



En cartas y conversaciones con Mr. Podmore, Mr. Taylor añade los siguientes detalles: “Mr. Z. (el vicario) me ha dicho  que tuvo cuidado de evitar que David supiera que había muerto Harry y que está seguro de que David no lo sabía. El mismo Mr. Z. se halló presente y oyó lo que dijo el niño. Éste no deliraba en aquel momento.”


El siguiente caso fue comunicado a la S.P.R. (Proceedings S.P.R., vol V., pág. 460) por el Reverendo J. A. Macdonald, que ayudó útilmente a la Sociedad durante algunos años en la cuidadosa reunión de pruebas. Mr. Macdonald lo supo directamente por Miss Ogle, hermana del percipiente. Ésta escribió como sigue:


“Mi hermano John Alkin Ogle murió en Leeds el 17 de julio de 1879 una hora antes de expirar vio a su hermano – que había fallecido unos diez y seis años antes-, y John, alzando la vista con marcado interés, exclamó: “¡Joe!¡Joe!” E inmediatamente después añadió con cálida sorpresa: ¡Jorge Haley!” i madre, que había llegado de Melbourne, que se encontraba a unas cuarenta millas de distancia y era donde residía Jorge Hanley, se quedó atónita al oír esto dijo: “¡Qué extraño es que haya visto a Jorge Hanley; sólo hace diez días que murió!”  Luego, volviéndose a mi cuñada, le preguntó si alguien le había hablado a John de la muerte de Jorge Hanley, a lo que aquella contestó negativamente. Mi madre era la única persona entre los presentes que estaba enterada del hecho. Yo estuve presente y presencié esto.


Harriet H. Ogle.
(Firmado)


La respuesta a varias preguntas, Miss Ogle manifiesta:


“J. A. Ogle no deliraba ni había perdido el conocimiento cuando pronunció las palabras citadas. Jorge Hanley era un conocido de John A. Ogle, no un amigo particularmente familiar. La muerte de Hanley no fue mencionada al alcance de su oído.”


La Revue Spirite del mes siguiente de diciembre de 1924 contiene el interesante caso siguiente:


“La revista Verdade e Luz, de San Paolo (Brasil), hace observaciones en su número del mes de septiembre de 1924 sobre el notable incidente de que fue heroína la moribunda Adamina Lázaro.


“Pocas horas antes de morir la paciente dijo a su madre que veía junto a su lecho a varios miembros de la familia, todos los cuales habían fallecido algunos años antes. El padre atribuyó al delirio esta declaración in extremis, pero Adamina insistió con nuevas frases y entre los “visitantes” invisibles nombró a su propio hermano Alfredo, que se hallaba en aquel momento a una distancia de 423 kilómetros, en el faro del puerto de Sisal.”


“El padre se convenció cada vez más del carácter imaginario de estas visiones, sabiendo bien que su hijo Alfredo gozaba de perfecta salud, pues algunos días antes había recibido noticias suyas que no podían ser mejores.”


“Adamina murió aquella misma noche y a la mañana siguiente su padre recibió un telegrama que le informaba de la muerte del joven Alfredo. Una comparación del tiempo transcurrido prueba que la moribunda vivía todavía al acaecer la muerte de su hermano.”


El siguiente caso se lo debo a Mr. C. J. Hans Hamilton, que lo tradujo de la revista Psychica (publicada en Francia) de 1921. Fue facilitado por M. Warcoller, del Instituto Metapsíquico de París. Dice así:


“Mi tío, M. Paul Durocq, dejó París en 1893 para hacer un viaje a América en compañía de mi tía y otros miembros de la familia. Cuando se hallaban en Venezuela mi tío cayó enfermo con la fiebre amarilla y murió en Caracas el 24 de junio de 1894.”


“Poco antes de morir, y cuando se halaba rodeado de toda su familia, tuvo un prolongado delirio durante el cual profirió los nombres de algunos amigos que habían dejado en Francia y a los que creía ver. “Vaya, vaya, usted también… y usted… ¡usted también! …”


“Aunque sorprendidos por este incidente, nadie concedió gran importancia a estas palabras en el momento en que fueron proferidas; pero posteriormente adquirieron una importancia excepcional cuando de regreso a París, la familia se encontró con las esquelas mortuorias de las personas nombradas por mi tío antes de morir y que habían fallecido antes que él. Hasta hace poco tiempo no logré reunir el testimonio de los dos únicos supervivientes de este acontecimiento, que son mis primos Germana y Mauricio Durocq.”


Germana Durocq escribe como sigue:


 “Me pides detalles de la muerte de mi pobre padre. Aún recuerdo bien cuando yacía moribundo, aunque han transcurrido muchos años. lo que seguramente te interesa es que nos dijo que había visto algunas personas en el cielo y que había hablado con ellas extensamente. Nosotros nos quedamos muy asombrados cuando al regresar a Francia encontramos las esquelas mortuorias de las mismas personas que él había visto morir. Mauricio, que era mayor que yo, podría darte más detalles sobre este asunto.”


Mauricio Durocq escribe:


“Respecto a lo que me preguntas acerca de la muerte de mi padre, que aconteció hace bastantes años, recuerdo que pocos momentos antes de morir mi padre pronunció el nombre de uno de sus viejos camaradas – M. Etcheverry-, con el que no se había relacionado ni siquiera por correspondencia desde hacía mucho tiempo, exclamando: “Ah, usted también!”, o una frase análoga. Hasta regresar a París no vimos la esquela mortuoria de este señor. Acaso mi padre pronunciara otros nombres; pero yo no me acuerdo.”


Mr. Hans Hamilton, que tradujo y me envió a mí el incidente citado, hace los siguientes comentarios:


“Las fechas de la muerte de las personas visitadas por M. Durocq al agonizar debieron ser comprobadas al regresar la familia a París, pues por no haberlo hecho no tenemos la certidumbre de que hubieran muerto antes que Mr. Durocq. Sin embargo, toda la historia hace pensar que es más que probable que la familia no pasara por alto este punto, y Mr. Warcollier manifiesta en su relato que las personas en cuestión habían ya fallecido al tiempo de las apariciones.”


El siguiente incidente fue enviado al Spectator por “H. Wedguerood” en 1882. Dice así:


“Hace unos cuarenta o cincuenta años, una joven, Parente cerca de mí, se hallaba agonizando víctima de la tisis. Había yacido algunos días en un estado de gran postración sin darse cuenta de nada, cuando de pronto abrió los ojos y mirando hacia arriba dijo lentamente: “Susana…, y Juana.., y Elena”, como si reconociera a sus tres hermanas, que habían fallecido anteriormente de la misma enfermedad. Luego prosiguió tras una breve pausa: “¡Y Eduardo también!” – que era un hermano suyo, al que entonces se suponía sano y salvo en la India -, como si se sorprendiera de verle entre sus hermanas. Ya no dijo más,  poco después falleció. Pasados los días requeridos por el correo llegaron cartas de la India anunciando la muerte de Eduardo, a causa de un accidente, una semana o dos antes de la muerte de su hermana.


“Esto me lo contó una hermana mayor que cuidó a la moribunda y que se hallaba a su cabecera al tener lugar la aparente visión” (Vér la obra de R. Pike: Life’s Borderland and Beyond. Pág. 29):


Miss Frances Power Cobber autora de la obra The Peak in Darien, relata un incidente de índole muy notable ocurrido en una familia estrechamente ligada por el afecto.


“Una señora moribunda, mostrando una expresión de gozosa sorpresa, dijo ver uno tras otro a tres hermanos suyos que habían muerto hacía mucho tiempo, mas luego reconoció al parecer a un cuarto hermano, al que los circunstantes juzgaban vivo en la India. La asociación de su nombre con el de sus hermanos difuntos suscitó tal espanto y tal horror que el espíritu de uno de los presentes, que se precipitó fuera de la estancia. Transcurrido el debido tiempo se recibieron cartas que anunciaban la muerte del hermano en la India, que había acecido poco tiempo antes de que su moribunda hermana creyera reconocerle.


El Dr. E.H. Plumptre (el deán d Wells) hace notar en una comunicación al Spectator del 26 de agosto de 1882:


“La madre de uno de los primeros pensadores y teólogos de nuestro tiempo yacía en el lecho de muerte en el mes de abril de 1854. Había pasado algunos días en un estado de absoluta inconsciencia. Poco antes de morir salieron de sus labios las palabras siguientes: “Ahí están todos.. Guillermo, e Isabel, y Emma, y Anita.” Luego, tras una pausa, añadió: “Y Priscilla también.” Guillermo era un hijo suyo que había muerto en la infancia y cuyo nombre no había salido de los labios de la madre desde hacía varios años. Priscilla había muerto dos días antes; pero aunque su muerte era conocida de la familia, no se le había comunicado a la madre”.


En relación con la cuestión tratada en este capítulo debe leerse también el caso de Mrs. Z en el capítulo V.


Visiones en el Momento de la Muerte