- Prueba de las Comunicaciones Supranormales. La Ouija




PRUEBA DE LAS COMUNICACIONES SUPRANORMALES
LA OUIJA

- William Barrett –

Desde las profundidades, hijo mío, desde las profundidades
De este mundo verdadero dentro del munod que vemos
De este mundo en que el nuestro no es más que limitada orilla
TENNYSON.


En el capítulo anterior aludimos a la llamada tabla ouija, con la que se comunican mensajes y que es una tablilla triangular con un indicador que corre sobre tres pies guarnecidos de fieltro. Los dedos del autómata se apoyan ligeramente sobre este indicador que resbala sobre la tablilla donde están impresas las letras del alfabeto, deletreando el mensaje al señalarlas una por una. Aunque este método es lento y laborioso, tiene sus ventajas. Lo emplean con éxito los que no pueden lograr la escritura automática, y, además, con la práctica y con paciencia, se consigue exactitud y celeridad. Pero la mayor ventaja de este procedimiento consiste en que se suprime toda acción inconsciente de los presentes sobre el indicador, vendándoles los ojos.

Un pequeño círculo de amigos míos, en Dublín, que durante algunos años hicieron experimentos con la ouija, obtuvieron resultados notables.

Algunas de estas comunicaciones se consignan en un artículo que escribí en colaboración con uno de los asistentes, el reverendo Savill Hicks, doctor en Filosofía, que lo leyó ante la Sociedad para la Investigación Psíquica (1)

Comprobaron los asistentes que, estando con los ojos vendados, el indicador se movía con tanta facilidad y precisión como cuando podían ver las letras del alfabeto. Las respuestas a las preguntas eran tan rápidas y el indicador se movía tan de prisa, que con dificultad lo seguían con las manos; el que anotaba las comunicaciones tenía que recurrir con frecuencia a la taquigrafía.

Pregunté al guía si podía invertir la plancheta con su alfabeto. Inmediatamente deletreó: “Sí, no habrá diferencia.” Los presentes, que permanecían con los ojos vendados, levantaron el indicador, y yo volví la plancha, de modo que el alfabeto quedó abajo, y aunque hubieran podido ver las letras, las hubieran elegido con dificultad. Pero no hubo la menor vacilación; el indicador señalaba la letra con igual rapidez y precisión que antes. Pregunté si podría comunicar algún amigo mío difunto y se deletreó un mensaje de uno, al que llamaré Sir John Hartley. Dio su nombre y apellido correctamente y transmitió un mensaje para la Gran Logia de Francmasones, de Dublín. Sir John tuvo en vida un grado elevado de masonería, detalle que ignoraban en absoluto los allí presentes. Pedí entonces a uno de ellos que me cediera su puesto

(1)   Véase también mi artículo publicado en los Proceedings de la Sociedad Americana de Investigación Psíquica, en septiembre de 1914.

y me hice vendar los ojos. Al poner los dedos en el indicador, en unión de otros dos asistentes, me sorprendió la extraordinaria rapidez, vigor y decisión con que se movía y me pareció increíble que pudiera ser coherentes los mensajes, pero el que anotaba recogió el siguiente: “Los mismos, y en igual disposición, deberán siempre trabajar juntos para obtener importantes mensajes, pues sería fatigoso si no estuvieran los tres presentes; hay uno aquí que no es apto para la recepción.” El que anotaba preguntó a quien se refería, y la respuesta fue ¡que era yo! Hasta después de quitarnos la venda de los ojos no supimos el contenido de los mensajes (1).

Puede objetarse que es muy difícil vendar los ojos de manera que impida ver algo. Aunque hubiese afirmado los experimentadores, que eran amigos míos, que no pudieron ver nada, precisaba responder a esta objeción. Mandé hacer caretas opacas, que se sujetaban sobre los ojos con una faja elástica que rodeaba la cabeza. Se hizo una abertura para la nariz y así se adaptaba por completo a la cara y a la frente, pareciendo los que la usaban a los recién operados de cataratas. Las ensayé, comprobando que son más cómodas que el vendaje de los ojos y que impiden toda visión. Cuando se usaron, se comunicó con igual facilidad, y un nuevo guía, que dijo llamarse Peter Rooney, se manifestó inesperadamente.

Se inventó entonces un nuevo modelo de plancheta consistente en una placa de vidrio, apoyada sobre una

(1)   Creo oportuno manifestar que no soy sensitivo en lo más mínimo y
 que no he poseído don alguno de carácter psíquico, quizá por mi suerte, pues así estoy más capacitado para ejercitar un libre sentido crítico.

mesa de igual tamaño; el alfabeto debajo del vidrio y el indicador con pies muy cortos, guarnecidos d fieltro, se mueve más fácilmente sobre la superficie pulimentada. Las letras del alfabeto en cartones finos y separados pueden disponerse bajo el vidrio a discreción.

Un eclesiástico, amigo nuestro, escéptico, pero interesado en estas cuestiones, fue invitado a una sesión de las nuestras, mientras el indicador deletreaba rápidamente, en medio de los experimentadores con los ojos vendados, él mantenía, silenciosamente, una gran pantalla opaca encima del indicador en movimiento. No se notó cambio alguno, pues la transmisión continuó, y sólo el que anotaba tuvo que inclinarse para ver el alfabeto por debajo de la pantalla. Rogué a mi amigo el reverendo W. P. Robertson, doctor en Filosofía, que me enviara una breve reseña de la sesión, y hela aquí:

“Estando presente, en unión de Sir Wm Barrett, observé que la interposición de la pantalla no causó alteración apreciable en la velocidad con que se deletreaba el mensaje; no hubo ciertamente interrupción y mucho menos detención. Las letras del alfabeto estaban en tres líneas, por su orden debajo de la placa de vidrio.

Se me ocurrió que quizá los experimentadores supieran la posición de cada letra, lo mismo que una buena dactilógrafa conoce su teclado, aunque inconscientemente. Me atreví a proponer que se mezclaran las letras. Accedieron todos y Sir William Barrett y yo las pusimos al azar, y mientras los demás permanecían con los ojos vendados. Alterando el alfabeto, el movimiento del indicador fue al principio muy lento, deslizándose tres veces en zig-zag entre las letras, y deletreó después: Hay una persona que perturba. Nos reímos y preguntamos al guía quien era el culpable, ¿el profesor o el clérigo?

Este incidente es el que más me impresionó. Todos esperábamos la contestación a la pregunta. El taquígrafo dijo “parece que ahora está escribiendo disparates”. Al examinar el disparate resultó ser… “acostada en el cuarto”. Es decir, que nuestra pregunta quedó sin respuesta y el guía, tranquilamente, acabó de decir lo que intentaba. Otro caso de omitir la respuesta y terminar la frase presenciamos en esta misma sesión.

Por lo que pude apreciar, la oclusión visual de los experimentadores era perfecta y su buena fe fuera de duda. Mientras tras la pantalla opaca se sostuvo una la mesa, sólo el taquígrafo podía ver las letras inclinándose para mirar por debajo.

W. P. Robertson.”

Doy estos detalles para sentar el hecho de que, cualquiera que fuere el origen de la inteligencia que se puso de manifiesto, era en absoluto ajena a las facultades normales humanas. He aquí uno de los numerosos mensajes recibidos con los ojos vendados, siendo el guía Isaac David Salomón, el 19 de octubre de 1912, poco después de haber estallado la primera guerra balcánica:

“Sangre, sangre, por todas partes hacia el Este. Caerá una gran nación y una pequeña se levantará.  Una gran religión está en riesgo… Sangre por todas partes. En la semana próxima se recibirán noticias que asombrarán al mundo civilizado.”

Cualquiera que fuese el origen de este mensaje, era verídico, pues una semana después se notificó la primera victoria de los búlgaros en Kirk-Klisse, y más tarde, como sabemos, una gran nación, Turquía cayó, y una pequeña, Bulgaria, se elevó; más recientemente, Europa se anegó de sangre.

Fuese el guía y se entrometió con persistencia un irlandés-americano, Peter Rooney, que nos contó su vida y su suerte reciente. Había arrastrado una existencia mísera, la mayor parte en la cárcel, y haciéndosele insoportable la vida se suicidó, arrojándose bajo un tranvía en Boston, diez días antes. Los experimentadores se enteraron del contenido del mensaje al terminar la sesión, pues mientras se celebraba estuvieron con los ojos vendados, charlando y riendo. A los observadores nos chocó, porque se expidió el mensaje con viveza, llegando con pena y repugnancia a confesar su trágico fin.

Al día siguiente escribí al jefe de la prisión del Estado de Boston, Massachusetts; al jefe de policía de Boston, Lincolnshire; al distinguido miembro corresponsal de la Sociedad de Investigación Psíquica, doctor Price, en Boston, Estados Unidos de América del norte, y al doctor Hyslop, honorable secretario de la Sociedad de Investigación Psíquica norteamericana, suplicándoles una información acera de Peter Roney lo antes posible.

Recibí las contestaciones al cabo de una semana. No se conocía a nadie que llevara este nombre en Boston de Inglaterra, y ningún Peter Rooney había estado preso en Boston de Norteamérica, y ningún recluso se había suicidado recientemente allí. El inspector jefe de la policía de esta última ciudad hizo una información de la que resultón que ningún Peter Roone se había encerrado en la prisión, ni recluido en el Reformatorio, ni se había suicidado. El doctor Morton Prince supo, no obstante, por la Policía de Boston, que un Peter Rooney se había caído del ferrocarril aéreo en agosto de 1910, ocasionándose una herida en el cráneo; que fue asistido por un médico, guardando cama durante un mes, pero que vivía en su casa York Street, Boston. Fue probablemente una casualidad que uno con el mismo nombre sufriera el accidente.

Esta historia, complicada y ficticia, es característica, invenciones dramáticas, especie de sueños exteriorizados vienen con frecuencia por vías automáticas, extraviando al novicio y produciendo efectos desastrosos a los crédulos.

Sin embargo, otro guía nos dio después el nombre y dirección de dos personas fallecidas en Inglaterra recientemente y se comprobó su exactitud, aunque no las conocían ninguno de los experimentadores, ni yo. Esta es la sentada a menudo. Me falta espacio para dar el detalle de estos dos casos, pero citaré uno notable y verídico, recibido por medio del tablero ouija, en Dublín. Los experimentadores no tuvieron en este caso vendados los ojos, uno era Mrs. Travers Smith esposa de un conocido médico de Dublín e hija del difunto profesor Dowden, y otro era su amiga Miss C., hija de un médico y dotada de grandes poderes psíquicos.

La perla, alfiler de corbata.

Miss C. tenía un primo, oficial de nuestro Ejército, en Francia, que murió en una batalla un mes antes de esta sesión; ella lo sabía. Un día, el nombre de su primo se deletreó inopinadamente en la ouija, que también dictó el suyo cuando ella le preguntó: ¿Sabes quién soy? Y continuó así:

“Dile a mi madre que dé mi alfiler de corbata de la perla a la muchacha con quien iba a casarme; debe poseerlo ella.” Al preguntarle el hombre y la dirección de la designada, dio el nombre y el apellido, que no era corriente y completamente desconocido por ambas. La dirección dada, de Londres, era falsa o fue erróneamente anotada, pues la carta enviada la devolvieron y se creyó que el mensaje era ficticio.

Seis meses después, se descubrió que el oficial había dado palabra de casamiento poco antes de partir para el frente a la señorita nombrada en el mensaje; no obstante, no lo había participado a nadie. Ni su prima ni ninguno de sus  familiares conocía lo ocurrido y jamás había visto a la prometida, ni oído nombrarla, hasta que el Ministerio de la Guerra envió los efectos del oficial muerto y vieron que consignaba su nombre en el testamento, que así como el apellido, resultaron los mismos que en el mensaje, y, por último lo más sorprendente fue  que entre sus efectos estaba el alfiler de corbata de perla.

Ambas damas firmaron un certificado, que me enviaron, de la veracidad de esta narración. El mensaje se escribió en el acto de recibirlo y no de memoria después. No se puede explicar el hecho mediante la memoria subliminal, la telepatía o la colusión, y es prueba inequívoca que se trata de un mensaje telepático del difunto oficial.

Otros casos muy notables debemos al ouija. Uno se refiere al naufragio del Lusitania. Mrs. Travers Smith tuvo la bondad de comunicarme el siguiente informe. (Véase también la nota al final de este capítulo.)

El caso de Hugh Lane

En la tarde que se recibió la noticia del hundimiento del Lusitania, Mr. Robinson y yo nos sentamos ante el tablero ouija; el Reverendo Savill Hicks tomaba nota. No sabíamos que Sir Hugh Lane estuviese a bordo. Éramos los dos muy amigos suyos, sabíamos que estaba en América, pero no teníamos ni idea de que emprendiera tan pronto el regreso.

Nuestro guía habitual se manifestó y nos dijo: “¡Rogad por el alma de Hugh Lane!” Yo pregunté : ¿Quién habla?. Y me respondieron: “Yo soy Hugh Lane.” Nos refirió el naufragio y dijo que tuvo “una muerte tranquila para una vida agitada”. En aquel momento oímos que voceaban en la calle la prensa de la noche y Mr. Robinson bajó precipitadamente a comprar un periódico. Salí del cuarto para ir a su encuentro y me señaló el nombre del Sir Hugh Lane en la lista de pasajeros. Quedamos impresionados, pro continuamos la sesión. Mr. Hugh me comunicó mensajes para algunos amigos comunes y terminó diciendo: “Yo no sufrí, me ahogué sin sentir nada.”

En sesiones siguientes habló de su testamento, pero sin mencionar el codicilo, hoy en litigio. Creía que no se le erigiría ningún monumento conmemorativo, peor mostraba ansiedad por sus cuadros. Los mensajes perfectos y coherentes se transmitieron siempre por mediación de Mr. Robinson y por mí.

Hester TRavrs Smith (Firmado)”

Es éste un caso evidente, porque la muerte de Sir Hugh Lane no se confirmó hasta después de algunos días.

Por el mismo conducto se recibió un mensaje verídico para un amigo mío que estaba desesperado por la pérdida de su hijo, que era oficial de nuestro ejército y pereció en el frente de Francia. Este mensaje, en unión de otros que recibió en Londres más tarde, por conducto de una señora que no le conocía, le convencieron por completo de la identidad y supervivencia de su hijo.

Además del grupo citado de experimentadores, un conocido y digno miembro de la Sociedad de Amigos de Dublín, que también lo es mío, ha realizado durante varios años experimentos con la ouija, obteniendo por este medio miles de de comunicaciones, en particular de muertos familiares, que demuestran la supervivencia y le procuraron consuelos, así como a otros amigos apenados. Estas comunicaciones no merecerán fe a los extraños al grupo, pero contienen notables referencias acerca de las condiciones de existencia y ocupaciones en el mundo invisible, que están más o menos en armonía con mensajes parecidos, que ellos ignoraban, obtenidos por otros.

Una recopilación de enseñanzas espiritistas, recibidas a través de un médium americano, muy estimado por el doctor Hyslop, fue recientemente publicada por Mr. Prescott Hall, en el Diario de la Sociedad Americana de Investigación Psíquica de noviembre y diciembre de 1916. Como Mr. Hall indica, si comparando cierto número de comunicaciones obtenidas con diferentes médiums con distinto adiestramiento y de diversos países, se halla una coincidencia substancial en ciertos hechos, y en la naturaleza y condiciones de la vida de los espíritus, el resultado es interesante y valioso.

Quizá dependa de que las descripciones expuestas se encuentren en la literatura espiritista, y, por lo tanto, influencien a los médums en general. Desgraciadamente se halla con frecuencia que tales descripciones son el reflejo de las lecturas y de las opiniones del médium y por consiguiente, producto de la memoria o de las impresiones subconscientes. Esto es evidente en las disquisiciones científicas o filosóficas, que rara vez muestran algo más que aserciones grotescas de una mente inculta, Mr. Prescott Hall, sin embargo, ha prestado un servicio al clasificar estas enseñanzas, comprobando su validez.

La recopilación más notable e interesante de Enseñanzas espiritistas, la publicó hace años el ya difunto reverendo Stainton Moses, doctor en Filosofía, de Oxon, e quien nos hemos ocupado anteriormente. Las recibió él mismo como médium y son dignas de leerse con toda atención, como también su obra acerca de La identidad de los espíritus y el aspecto más elevado del espiritismo.

En el capítulo siguiente examinaremos algo de lo vislumbrado acerca del más allá por dos damas que no eran espiritistas, una de ellas amiga mía y ambas absolutamente veraces.

Nota al caso de Hugh Lane. En una sesión posterior, a la que también asistí, dijo el guía que era “Peter Rooney” (católico romano) y que fue él quien le trajo, y dijo: “Rogad por el alma de Hugh Lane”. Una reseña más circunstanciada de estas sesiones se hallará en una disertación del autor en los Proceedings de la Sociedad para la Investigación Psíquica de 1918.

Capítulo XIV –En el Umbral de lo Invisible.



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